MANDAMIENTO IX: No olvidarás que el agua habla, si sabes escucharla
«El agua avisa: sólo hay que aprender su lengua»
Porque el agua es maestra, y su lenguaje sostiene al mundo
El agua no es muda. Nunca lo ha sido. Habla en formas, ritmos, temperaturas, reflejos y silencios. Habla cuando fluye, cuando cae, cuando hierve, cuando se detiene. Habla en cauces que se desvían, en lagos que se retraen, en glaciares que se resquebrajan, en mares que cambian de color. El agua, como la vida, se expresa antes de romperse, pero casi nadie la escucha.
El Mandamiento IX nos recuerda que escuchar al agua es escuchar al planeta. La Tierra habla a través de ella con un lenguaje anterior al humano: un lenguaje de ciclos, de señales, de advertencias y también de belleza. Quien presta atención al agua comprende mejor los límites del mundo y las posibilidades del futuro.

El agua advierte sin gritar:
cuando se enturbia, denuncia;
cuando se ajusta a nuevas temperaturas, interpreta el clima;
cuando se retira, anuncia desequilibrios;
cuando se estanca, revela abandono;
cuando desborda, reclama respeto.
Cada una de esas voces es un mensaje. Y cada mensaje ignorado se convierte en crisis.
Este mandamiento nos invita a mirar los ríos no como simples corrientes, sino como barómetros vivos del estado del entorno. A ver los lagos no solo como espejos, sino como memorias líquidas del tiempo y la historia de los territorios. A entender que el agua urbana —la que corre por tuberías, llaves, depósitos y drenajes— también tiene voz: la voz de nuestra civilización, sus virtudes, sus excesos, sus descuidos.
Escuchar al agua es un acto espiritual y científico a la vez. Los pueblos ancestrales lo sabían: para ellos, el río no era una línea en el mapa, sino un ser con el que se dialogaba. Hoy, la ciencia moderna confirma aquella sabiduría: el agua revela procesos profundos que sólo se perciben cuando se la observa con paciencia y respeto.
El Mandamiento IX nos recuerda que la sordera ecológica precede a todas las tragedias ambientales. Y que recuperar la escucha es recuperar una forma de humildad perdida. Humildad para aceptar que el agua sabe más que nosotros sobre equilibrio, resiliencia y transformación. Humildad para reconocer que cada movimiento suyo —una ola, una gota, un vapor, una corriente subterránea— obedece a leyes que no hemos creado, pero sí debemos honrar.
Escuchar al agua es también escuchar al otro.
Al campesino que depende de la lluvia.
A la ciudad que sufre sed.
A la familia que pierde su hogar por inundaciones.
A la comunidad costera que mira el mar con temor.
Porque el dolor del agua es el dolor del mundo, y su belleza es la belleza de todos.
Quien escucha al agua se vuelve guardián, no dueño.
Quien la escucha, aprende.
Quien la escucha, despierta.
El Mandamiento IX proclama que la verdadera sabiduría comienza cuando admitimos que el agua siempre tuvo algo importante que decirnos. Y que todavía estamos a tiempo de oírla.





