Donde el agua toca, despierta la vida

13. Tales de Mileto: el agua como principio de todas las cosas

10.01.2026

🌊 El primer filósofo de Occidente y su intuición fundamental

I. El amanecer del pensamiento: Grecia antes de Tales

Antes de que el pensamiento occidental adquiriera forma, antes de que la idea misma de "filosofía" existiera, el mundo era explicado mediante relatos. Los mitos —transmitidos de generación en generación— funcionaban como sistemas completos de interpretación: describían el origen del cosmos, la conducta de los dioses, la estructura del destino humano. Eran narraciones poéticas cargadas de simbolismo, y en ellas la naturaleza tenía intenciones, deseos, pasiones. El trueno era la voz de Zeus; el viento, el suspiro de Eolo; el mar agitado, el temperamento imprevisible de Poseidón. El mundo hablaba en clave divina.

Pero hacia el siglo VI a. C., algo comenzó a cambiar en las ciudades costeras del Asia Menor, especialmente en Mileto. Ese cambio no fue repentino: fue el resultado de siglos de comercio, viajes, intercambios culturales y confrontación de ideas. Allí, entre navegantes, artesanos, comerciantes fenicios, astrónomos babilonios y sabios egipcios, comenzó a gestarse una nueva manera de mirar el mundo. Por primera vez, la naturaleza fue contemplada como un sistema con leyes propias, no como el capricho de poderes invisibles. El ser humano empezó a preguntarse: ¿cómo funciona realmente el universo? ¿Qué estructura esconde la multiplicidad de fenómenos?

Ese desplazamiento —del mito al logos— fue una revolución silenciosa. No eliminó los mitos, pero abrió una grieta: el mundo podía ser explicado sin recurrir necesariamente a la voluntad de los dioses. No se trataba de un rechazo religioso, sino de un nuevo tipo de curiosidad: si las estaciones se repetían con regularidad, si los astros seguían trayectorias fijas, si los ríos fluían según patrones estables, ¿no debía existir un principio que ordenara todo lo real?

Los primeros pensadores jónicos, de los cuales Tales fue el pionero, se atrevieron a formular esa pregunta. No buscaban milagros, sino coherencia. No querían despojar al mundo de su misterio, sino entender su estructura profunda. Eran observadores incansables del cielo, del mar, de la tierra; comparaban, anotaban, discutían. Creían que, detrás de la diversidad, debía haber un fundamento común, un tejido unificador. En lugar de preguntar "¿qué quiere Zeus?", preguntaban "¿qué ocurre cuando el sol se oculta?"; en vez de preguntar "¿por qué Poseidón enfurece?", observaban cómo los vientos, las corrientes y la luna influían en las mareas.

En ese ambiente vibrante surgió la pregunta que lo cambiaría todo: ¿cuál es el arjé?, es decir, ¿cuál es el principio, la sustancia o el fundamento del que proceden todas las cosas? Preguntar eso equivalía a reordenar la manera humana de pensar. Era un intento de explicar el universo a partir de un elemento simple que diera sentido a todos los demás. Una especie de intuición unitaria en un mundo lleno de fragmentos.

Grecia, antes de Tales, era un mosaico de saberes dispersos: astronomía empírica en Babilonia, geometría avanzada en Egipto, cosmogonías en Mesopotamia, técnicas de navegación fenicias, rituales y calendarios agrícolas. Tales no inventó el conocimiento, pero sí fue el primero en integrarlo dentro de un marco explicativo coherente. Fue el primero en decir: "Hay un orden". Y ese acto de decirlo marcó el nacimiento del pensamiento racional.

Pero este nacimiento no fue solamente intelectual; fue también espiritual. Los griegos antiguos buscaban comprenderse a sí mismos a través del mundo. Cuando Tales se pregunta por el arjé, no está haciendo únicamente física temprana: está trazando un puente entre la naturaleza y la condición humana. Si el universo tiene un principio, también lo tendrá la vida. Y si la vida tiene un principio, ese principio puede ser pensado, investigado, interrogado. La pregunta por el origen del cosmos es también la pregunta por el origen del ser humano.

Mileto, la ciudad natal de Tales, era un lugar idóneo para este salto conceptual. Desde su puerto salían barcos hacia Egipto, Chipre, Fenicia y las islas del Egeo. Llegaban mercancías, pero también historias, creencias, mapas del cielo, sistemas de medidas, métodos de observación. Tales se formó en ese cruce de culturas: aprendió geometría de los egipcios, astronomía de los babilonios, técnicas náuticas de los fenicios. Conectó saberes que antes estaban separados. Su genialidad no fue sólo descubrir, sino unificar.

Es en este ambiente donde surge la intuición que guiará su vida: el mundo no está hecho de caprichos, sino de causas; no de historias míticas, sino de procesos; no de voluntades divinas, sino de dinámicas naturales. Pero Tales no destruyó lo sagrado. Al contrario: trasladó la sacralidad del mundo a su estructura misma. Donde antes había dioses, ahora había leyes. Y esas leyes no eran frías ni mecánicas: para él, la naturaleza entera estaba viva, dotada de un principio dinámico que la animaba desde dentro.

La transición del mito al logos, entonces, no fue una negación del misterio, sino una manera nueva de abrazarlo. El pensamiento jónico no desacralizó el mundo: lo reencantó de otro modo. Hizo del cosmos un lugar comprensible, pero no trivial. No redujo la realidad: la profundizó. Y en ese movimiento nació la idea misma de filosofía.

En este amanecer intelectual —entre navegantes, artesanos, sabios extranjeros y poetas— un hombre levantó la mirada y se atrevió a pensar que todo nace del agua. Esa intuición, tan simple y tan audaz, contiene en germen toda la historia posterior del pensamiento. Lo que Tales vio no fue una sustancia común y corriente, sino el ritmo profundo de la existencia: fluidez, cambio, continuidad, nutrición, vida.

Allí, en los muelles de Mileto, entre barcos y mareas, comenzó a escribirse la primera línea de la filosofía occidental. Y esa línea llevaba un nombre: agua.

II. El hombre que miró al mundo como sistema: la vida de Tales

De Tales de Mileto sabemos poco con certeza, pero lo poco que sabemos basta para entender que su figura se levanta en el origen de nuestra tradición intelectual como un faro. No dejó escritos —o no sobrevivieron— y su pensamiento nos llega filtrado por testimonios posteriores, especialmente Aristóteles y Diógenes Laercio. Sin embargo, estas fuentes coinciden en un punto esencial: Tales fue el primero en mirar la realidad como un sistema coherente. No como un conjunto de episodios aislados, sino como una totalidad organizada por un principio común.

Su vida transcurrió en el siglo VI a. C., en una ciudad que era más un nudo de conexiones que un territorio. Mileto era un puerto abierto a Egipto, Fenicia, el Egeo y el Cercano Oriente. En sus muelles se mezclaban mercaderes, matemáticos, marinos, artesanos y sacerdotes de otras tierras. Es imposible comprender a Tales sin entender esta condición fronteriza: vivía en el cruce de mundos, respiraba ideas que venían de lejos, combinaba lo aprendido de distintas civilizaciones.

Viaja a Egipto, según algunos relatos, donde aprende geometría y se maravilla con la precisión matemática de las pirámides. Aprende a medir sombras, a calcular distancias, a deducir relaciones numéricas entre formas. De los babilonios aprende astronomía: ciclos lunares, movimientos de los astros, técnicas para predecir eclipses. De los fenicios aprende navegación: vientos, mareas, estrellas que guían en la noche. Tales no recibe estos saberes como piezas aisladas: los integra. Y esa integración —que hoy llamaríamos "transdisciplinariedad"— es el sello de su pensamiento.

No es casual que se le atribuyan algunos de los primeros razonamientos demostrativos en geometría, como calcular la altura de una pirámide midiendo la sombra en el momento adecuado del día. Ese gesto —observar una ley general detrás de un fenómeno particular— resume su espíritu. Y tampoco es casual que se diga que predijo un eclipse solar, un evento que en otras culturas era visto como un mensaje divino. Para Tales, un eclipse no era un augurio, sino un proceso natural. No era una voluntad que se expresa, sino una regularidad que puede ser conocida.

Pero Tales no fue sólo un hombre de ciencia. Diógenes Laercio narra que fue también consejero político, ingeniero, inversionista e incluso estratega. Hay un episodio célebre —probablemente una anécdota filosófica más que histórica— que lo retrata con claridad. Cierto día, desafiado por quienes lo acusaban de inútil, compró en invierno todas las prensas de aceite de Mileto. Cuando llegó la cosecha y la demanda aumentó, obtuvo un beneficio extraordinario. Aristóteles cuenta esta historia para ilustrar que, aunque los filósofos no buscan riqueza, son perfectamente capaces de obtenerla si lo desean. Tales encarnaba la sabiduría práctica: sabía relacionar pensamiento, observación y acción.

Otra historia, igualmente simbólica, cuenta que mientras caminaba contemplando las estrellas cayó en un pozo, provocando las burlas de una sirvienta tracia. El mensaje es transparente: quien mira lo alto corre el riesgo de tropezar con lo inmediato. Pero esa caída —real o imaginada— no disminuye la grandeza del gesto. Tales miraba al cielo no por distracción, sino por vocación. Creía que entender el orden del cosmos hacía más comprensible la vida humana. Su curiosidad era total: quería entender por qué las estrellas se movían, por qué las aguas fluían, por qué los seres vivos nacían y morían.

Y sin embargo, detrás de sus observaciones científicas había una intuición más profunda: la idea de que el mundo tiene un principio unificador. No una divinidad mitológica, no un relato poético, sino una sustancia o fuerza que origina, sostiene y explica la multiplicidad de fenómenos. Esa pregunta —¿qué es lo que hace que el mundo sea mundo?— inaugura la filosofía. Tales no "descubre" el agua como si encontrara un dato. Lo que descubre es que existe un fundamento. Y cuando afirma que ese fundamento es el agua, está haciendo algo que ninguna cultura anterior había hecho: identificar un elemento concreto como estructura última del cosmos.

Tales no habla de dioses, aunque no niega su existencia. No combate la religión, pero inaugura otra forma de sacralidad: la del orden natural. Creía, según Aristóteles, que "todo está lleno de dioses". Esta frase no es religiosa en sentido tradicional: significa que la naturaleza está animada, viva, dotada de un principio interno de movimiento. En otras palabras, la divinidad está en el funcionamiento del mundo, no en relatos externos a él. Tales coloca la trascendencia dentro de la physis.

Esta visión —mitad científica, mitad espiritual— es característica de los primeros filósofos jónicos. El mundo no es un caos arbitrario, sino una totalidad viva. El agua, para Tales, es el símbolo perfecto de esa totalidad: fluye, nutre, envuelve, transforma, sostiene, une. El agua parece contener en sí el ritmo universal del cambio, y eso la convierte en la candidata ideal para arjé.

Pero Tales fue más que un teórico. Fue un puente entre el conocimiento técnico y la reflexión filosófica. Sabía construir canales, medir tierras, calcular proporciones, asesorar a ciudades. Pensaba como geómetra, como ingeniero, como político y como observador del cielo. En su figura confluyen la razón práctica y la contemplativa. No es extraño que la tradición lo consagre como uno de los Siete Sabios de Grecia.

Lo verdaderamente extraordinario es que Tales dio el primer paso hacia una pregunta que transformaría el destino intelectual de Occidente: ¿qué es, en última instancia, aquello de lo cual todo está hecho? Esa pregunta, tan simple en apariencia, contiene la semilla de la física, de la biología, de la cosmología, de la metafísica y, en última instancia, de nuestra búsqueda contemporánea de sentido.

Tales fue, en ese sentido, el primer hombre que intentó mirar el mundo como un sistema. Y desde ese sistema, como veremos, emergió una intuición gloriosa: el agua es el origen de todo.

III. El arjé: la gran pregunta por el origen y la sustancia

Para comprender el alcance revolucionario de Tales, es necesario detenerse en la palabra que define todo su proyecto intelectual: arjé. Esta palabra griega —difícil de traducir con precisión— significa a la vez principio, fundamento, origen, comienzo, fuerza rectora y gobierno. No se refiere únicamente al inicio temporal de las cosas, sino a aquello que las sostiene en su ser y que explica por qué pueden existir.

Cuando Tales pregunta por el arjé, no está imaginando un primer instante del mundo, sino una estructura profunda. No se interesa por un origen cronológico, sino por un origen ontológico: ¿qué es lo que hace que el universo sea posible?, ¿qué es lo que permanece a través del cambio?, ¿qué es lo común a la multiplicidad de fenómenos?, ¿qué es aquello sin lo cual no habría mundo?

Esas preguntas pueden parecernos hoy familiares, pero en el siglo VI a. C. eran absolutamente nuevas. Hasta entonces, la explicación de la realidad descansaba en la voluntad de los dioses. Existía genealogía, pero no estructura; existían relatos, pero no principios. La innovación de Tales fue desplazar el foco: en vez de preguntarse qué dioses hicieron el mundo, se preguntó qué naturaleza hace posible el mundo.

Esa transición marca el nacimiento de la filosofía y de la ciencia. Desde ese momento, el cosmos dejó de ser una narración y se convirtió en un sistema.

Pero hay algo más: el arjé debía ser algo sencillo, continuo, omnipresente y capaz de transformarse. De lo contrario, no podría explicar por qué de una sola sustancia surge la diversidad de formas. El arjé tenía que ser principio material y, al mismo tiempo, principio dinámico.

¿De qué está hecho el universo? Esa es la pregunta que Tales inaugura. Y no es una pregunta ingenua: es una pregunta que intenta reconciliar dos intuiciones básicas del ser humano. La primera: que todo cambia. La segunda: que algo permanece. Si el mundo fuera pura transformación, no habría identidad. Si fuera pura permanencia, no habría vida. Tales busca, entonces, un principio que pueda ser ambas cosas: estable y cambiante; fijo y fluido; uno y múltiple.

El arjé es esa síntesis. Y el primer hombre que decidió que tal principio podía encontrarse dentro del mundo y no fuera de él fue Tales.

Elegir un principio dentro de la naturaleza significaba realizar un doble acto filosófico:

  1. Desmitificar la causalidad,

  2. Naturalizar el orden.

Ese gesto, que hoy damos por sentado, requirió un tipo de atrevimiento intelectual que difícilmente podamos imaginar. Tales se atrevió a pensar que el universo podía explicarse sin apelar a mitos, sin recurrir a genealogías divinas, sin usar fábulas. Se atrevió a suponer que la naturaleza tiene suficiente potencia como para ser causa de sí misma.

Pero un principio natural debía tener ciertas propiedades:

  • omnipresencia,

  • movimiento intrínseco,

  • capacidad de generar vida,

  • capacidad de modificar estados,

  • relación directa con la experiencia humana,

  • plasticidad para asumir múltiples formas.

Entre los elementos conocidos (tierra, aire, agua, fuego), Tales vio en el agua el candidato ideal. Su elección no fue resultado de una superstición, sino de una observación profunda: todo lo vivo es húmedo, todo lo que crece necesita humedad, todo lo que existe requiere interacción con el agua. Para Tales, la relación entre vida y humedad era demasiado estrecha como para ser accidental.

Además, el agua puede transformarse en sólido, líquido y vapor. Puede fluir, estancarse, filtrarse, ascender, descender, evaporarse, condensarse. Puede tomar cualquier forma sin perder su identidad. Puede nutrir, erosionar, disolver, sostener, transportar, purificar.

Era la sustancia de la que dependían los ríos, los mares, la lluvia, el rocío y la generación de plantas y animales. Era, en cierto modo, la sangre del mundo.

El arjé, por lo tanto, no era una metáfora poética. Era una hipótesis ontológica. Tales fue el primero en realizar un acto conceptual radical: identificar un elemento concreto del mundo como su fundamento universal. Ese movimiento inaugura toda la tradición racional de Occidente.

Pero hay algo más sutil y profundo: al elegir un principio físico, Tales estaba asociando el origen del cosmos con una sustancia capaz de conectar. El agua une la tierra y el cielo mediante la lluvia. Une el mar y los continentes mediante los ríos. Une a los seres vivos mediante la nutrición. Une a los pueblos a través de la navegación. El agua es un tejido universal.

Para Tales, esa cualidad conectiva era esencial. El arjé no tenía que ser solo origen, sino también vínculo. Y el agua, que parece pertenecer a todas partes sin pertenecer a ninguna, ofrecía exactamente esa cualidad.

El arjé, entonces, es un acto de visión profunda: descubrir la unidad detrás de la multiplicidad. Lo que Tales nos legó no fue solo una respuesta, sino la forma de hacer la pregunta. A partir de él, la filosofía entera se convierte en la búsqueda de un fundamento.

Desde Heráclito hasta Aristóteles, desde la escolástica hasta la física moderna, desde Spinoza hasta la biología contemporánea, la pregunta por el principio —la pregunta por el arjé— permanece viva. Y el primer nombre que recibió esa pregunta fue "agua".

IV. El agua como principio: reconstrucción de la intuición de Tales

Reconstruir el pensamiento de Tales es un ejercicio delicado: no contamos con textos suyos, sino con referencias posteriores, especialmente de Aristóteles y Teofrasto. Sin embargo, al examinar esas fuentes y mirar el contexto intelectual del siglo VI a. C., podemos reconstruir con notable claridad el núcleo de su intuición. Tales no escogió el agua al azar. Tampoco fue un capricho mitológico ni una metáfora ingenua. Fue una elección conceptual, razonada y sorprendentemente moderna.

Aristóteles, en su Metafísica, afirma que Tales sostuvo que "el agua es el principio (arjé) de todas las cosas". Y añade: "Tal vez llegó a esta opinión al ver que el alimento de todas las cosas es húmedo, y que el calor mismo vive por el agua". Esta frase es esencial: resume la motivación empírica y la reflexión filosófica de Tales. Observó la vida y vio en la humedad un patrón universal. Observó la materia y vio en el agua un dinamismo que los otros elementos no poseían. Observó el cosmos y vio un orden que parecía sostenerse sobre ciclos acuáticos.

Esta reconstrucción puede organizarse en tres grandes niveles: empírico, materialista y dinámico. Cada uno revela una faceta distinta de su intuición.

1. La interpretación empírica: la humedad como signo universal de vida

La primera clave está en la observación biológica. En todas las culturas antiguas, la relación entre agua y vida era evidente, pero Tales fue el primero en elevar esa evidencia a la categoría de principio filosófico. Lo que para los demás era un dato cotidiano —la necesidad de agua para crecer, nacer y subsistir— para él era un fundamento ontológico.

La mayoría de las plantas mueren sin agua. Los animales necesitan humedad para respirar, para digerir, para moverse. La desecación conduce a la muerte; la hidratación permite la regeneración. El agua aparece como condición de posibilidad de la vida.

Tales no conoce biología moderna, pero su razonamiento se anticipa a ella: hoy sabemos que la célula, fundamento de la vida, es esencialmente un sistema acuoso; que la bioquímica ocurre en solución; que la hidratación organiza proteínas, ADN y membranas; que el agua es, literalmente, la matriz de la vida. Tales veía, sin microscopo, lo que nosotros confirmamos con tecnología: la vida es agua organizada.

Esta intuición empírica, lejos de ser ingenua, es un acto de visión profunda.

2. La interpretación materialista: el agua como sustancia primordial

Pero Tales no se detiene en la observación. Elige el agua como sustancia primera porque es la única capaz de asumir múltiples formas sin dejar de ser ella misma. A diferencia de la tierra, rígida y pesada, y del aire, invisible y etéreo, el agua puede adoptar cualquier contorno, disolver sustancias, mezclarse, separarse, corromper, nutrir, destruir y regenerar.

El agua puede solidificarse en hielo, evaporarse en vapor o fluir en forma líquida. Puede tomar forma sin poseer forma propia. Esta cualidad es crucial para un filósofo que busca el principio de la diversidad: el arjé debe explicar cómo de una sola sustancia pueden surgir múltiples manifestaciones.

En cierto sentido, Tales es el primer pensador que observa las propiedades de un elemento y deduce de ellas una teoría cósmica. Esa conexión —entre experiencia material y teoría universal— es el inicio de la ciencia física.

Y hay algo más: elegir el agua no es retroceder al mito, sino salirse de él. En la mitología griega, el agua está asociada a diversas divinidades, pero nunca fue considerada principio absoluto. Tales no repite los mitos: los transforma.

No está diciendo que el cosmos sea "obra de Poseidón" o "hijo de Océano". Está diciendo que la estructura misma del cosmos es agua.

Eso es profundamente racional.

3. La interpretación dinámica: el agua como ritmo universal

La tercera dimensión de la intuición de Tales es quizá la más profunda: el agua es la única sustancia que expresa el ritmo de la naturaleza. Cambia sin perder continuidad, fluye sin destruirse, se adapta sin romperse. Es estable y móvil al mismo tiempo.

Tales no quiere un principio rígido, sino algo que explique por qué el mundo cambia. Y el agua encarna esa paradoja: es lo que fluye, lo que se transforma, lo que nunca permanece igual pero nunca deja de ser.

La idea de que el agua es el principio dinámico del cosmos anticipa, miles de años antes, intuiciones modernas:

  • el ciclo del agua,

  • el movimiento termodinámico,

  • la circulación atmosférica,

  • la fluidez de sistemas complejos,

  • la teoría del flujo vital.

El agua no es sólo una sustancia: es un proceso.

Es devenir.

Los testimonios antiguos y la reconstrucción filosófica

Para comprender el pensamiento de Tales, debemos recurrir al método indirecto. Aristóteles dice que "los antiguos buscaron el principio en aquello de lo cual todo se compone". Y afirma claramente que Tales creyó que ese principio era el agua. Teofrasto, más analítico, señala que Tales veía en el agua la capacidad de "envolver, nutrir y sostener".

Estas fuentes coinciden en un punto: Tales no elige el agua por misticismo, sino por razonamiento.

Y, sin embargo, su razonamiento no es meramente técnico. Contiene una comprensión de la existencia que combina observación, simbolismo y coherencia interna del mundo. Para Tales, el agua no es sólo un elemento físico, sino un signo ontológico: lo que hace que el mundo sea mundo.

Una elección simple y monumental

El genio de Tales radica en haber visto lo extraordinario en lo ordinario. Donde otros veían un recurso común, él vio un principio universal. Donde otros veían un elemento más, él vio la clave del orden del cosmos. Su elección es tan simple que parecería banal, pero tan profunda que inauguró 2600 años de pensamiento racional.

Lo que Tales vio en el agua fue una verdad doble:

  1. La vida nace y se sostiene en el agua.

  2. El dinamismo del mundo se refleja en el dinamismo del agua.

Y esa doble verdad sigue resonando hoy, desde la biología molecular hasta la ecología, desde la cosmología hasta la filosofía de la mente.

V. El agua como estructura del cosmos en la visión milesia

Si queremos comprender la grandeza de la intuición de Tales, debemos intentar mirar el mundo como lo veía un pensador del siglo VI a. C.: sin telescopios, sin microscopios, sin fórmulas, sin mapas oceánicos, sin física moderna. Sólo con los ojos, la experiencia y la capacidad de pensar relaciones. En ese contexto, que Tales concibiera al agua como estructura del cosmos no es una afirmación ingenua: es un acto de visión profunda, quizá el primero de la filosofía natural.

Para Tales, el agua no era únicamente una sustancia importante: era el tejido mismo del mundo. Lo envuelve, lo sostiene y lo penetra. No es sólo principio, sino también arquitectura. Es el elemento que permite imaginar un universo organizado y, al mismo tiempo, vivo.

1. La Tierra flotando sobre el agua: cosmología simbólica y física

Según los testimonios antiguos, Tales sostenía que la Tierra "flota sobre el agua". A primera vista, esta imagen puede parecer mítica. Pero, si se mira desde la perspectiva de su tiempo, es una intuición extraordinariamente coherente.

¿Por qué la Tierra no cae?
¿Por qué permanece estable?
¿Por qué existe una superficie sólida en medio de un mundo en movimiento?

Para Tales, la respuesta está en el agua como base cósmica. Observa que los objetos que flotan en el agua se mantienen en equilibrio, y deduce por analogía que la Tierra podría estar sostenida por un océano primordial. Aunque hoy sepamos que la explicación física es otra, la idea revela algo esencial: Tales buscaba un modelo natural, no mítico, para explicar la estabilidad del mundo. Ya no se trata de Atlas sosteniendo el cielo, ni de una tortuga cósmica cargando la Tierra: se trata de una estructura material.

Pero además, la imagen es simbólicamente poderosa. La tierra firme —lo sólido— emerge, según Tales, del agua —lo fluido—. Esto resume su metafísica: toda forma estable nace de un fondo dinámico.

Mil años más tarde, esta metáfora inspiraría a filósofos estoicos, neoplatónicos y renacentistas, y hoy resuena en conceptos modernos como:

  • océanos primordiales,

  • atmósferas proto-planetarias,

  • géiseres hidrotermales,

  • océanos subterráneos de lunas heladas,

  • modelos de tectónica en ambientes acuosos.

Tales vio, en el agua, el escenario de un mundo en permanente nacimiento.

2. El agua como principio de cohesión y movimiento

El agua no sólo sostiene: también mueve. Para Tales, el cosmos no es un mecanismo rígido, sino un organismo vivo. Y el agua es su aliento. Vio que las corrientes fluviales esculpen la tierra, que la lluvia alimenta plantas y animales, que las mareas moldean la costa, que la humedad hace germinar las semillas.

Nada está quieto. Todo se transforma.
Y esa transformación tiene un motor: el agua.

En la visión milesia, el agua es la sustancia que mantiene unido al mundo. Donde no hay agua, reina la muerte, la disolución y la esterilidad. El agua cohesiona, pero también separa: divide continentes, forma islas, abre cauces, permite rutas. Es una sustancia que organiza el espacio, la vida y el tiempo.

Para Tales, esto era más que un fenómeno geográfico: era un principio universal. La cohesión del cosmos —su estabilidad, su energía interna, su continuidad— dependía del agua como estructura y dinámica.

3. Generación y transformación: el ciclo del agua como modelo del cosmos

Tales no tenía el concepto de "ciclo hidrológico" tal como lo entendemos hoy, pero sí intuía que el agua circula: se evapora, asciende, regresa, desciende, alimenta ríos, renueva lagos, vuelve al mar. Ese movimiento continuo —sin principio ni fin evidente— parecía explicar otras formas de cambio. La naturaleza entera, pensaba Tales, se mueve como el agua: de lo invisible a lo visible, de lo disperso a lo denso, de lo informe a lo formado.

La metáfora no es accidental. En muchas culturas antiguas, la transformación está asociada al agua, pero Tales fue el primero en darle un sentido racional: el agua es el proceso primordial del mundo. Su ritmo marca el ritmo de todo lo que existe.

Hoy sabemos que el ciclo del agua:

  • regula el clima,

  • distribuye calor,

  • alimenta la vida,

  • erosiona y construye continentes,

  • sostiene la atmósfera,

  • transporta nutrientes,

  • conecta océanos y continentes.

Tales no conocía estos detalles, pero percibía la esencia: el agua es la coreografía del mundo.

4. Una estructura viva: del cosmos como organismo al cosmos como sistema

El pensamiento milesio anticipa una idea central de la ciencia moderna: la naturaleza funciona como un sistema. No uno mecánico, sino uno vivo. Un sistema que fluye, que se mueve, que se interconecta.

El agua encarna ese sistema. No es un ladrillo estático, sino una red dinámica. No es un objeto, sino un proceso. No es un elemento aislado, sino una trama de relaciones.

Tales veía en el agua el mismo patrón que Heráclito vería luego en el fuego: la identidad que se sostiene en la transformación. Pero a diferencia del fuego —efímero, destructivo— el agua es generativa. El agua une, fecunda, nutre, restaura. Su dinámica no es violenta, sino creativa.

Desde esta perspectiva, el cosmos milesio no es una máquina, sino una hidrodinámica viva. Aunque Tales no formuló ese concepto, su intuición está en la base de teorías modernas como:

  • los sistemas no lineales,

  • la autoorganización,

  • la termodinámica del flujo,

  • la hidrodinámica planetaria,

  • la biología de sistemas,

  • la ecología profunda.

El agua no sólo está "en" el cosmos: es la forma misma de su funcionamiento.

5. La visión de Tales: un mundo unificado por la fluidez

El agua, para Tales, no es un símbolo religioso ni un recurso útil. Es la clave que unifica:

  • la vida y la muerte,

  • lo visible y lo invisible,

  • lo sólido y lo mutable,

  • lo permanente y lo transitorio,

  • lo humano y lo cósmico.

La fluidez que vio en el agua era la fluidez del cosmos y, por extensión, la fluidez del ser.

Por eso, su afirmación de que "todo es agua" no es una simplificación, sino una revelación: el mundo es unidad en movimiento. El agua es la sustancia, el ritmo y la forma.

Tales no sólo eligió un elemento: eligió un modelo del universo.

VI. La sorprendente modernidad de Tales: intuiciones que anticipan a la ciencia actual

La grandeza de Tales no reside únicamente en haber señalado al agua como principio del mundo, sino en que muchas de sus intuiciones —formuladas hace 2600 años, sin instrumentos ni métodos modernos— resuenan de manera sorprendente con descubrimientos científicos contemporáneos. Tales parecía ver un patrón que sólo siglos después sería descrito por la biología, la geofísica, la climatología y la cosmología moderna. Aunque su lenguaje era precientífico, su visión contenía gérmenes de ideas que hoy consideramos fundamentales.

Tales no conocía la molécula de agua, ni sus ángulos, ni los puentes de hidrógeno. No sabía del ciclo hidrológico en términos termodinámicos, ni del efecto estabilizador de los océanos sobre la temperatura global, ni de la bioquímica de la célula. Y sin embargo, anticipó la idea esencial: el agua no es un elemento más, sino la clave que organiza la vida y el planeta.

Lo verdaderamente sorprendente es que muchas de las propiedades que la ciencia moderna descubre en el agua —coherencia, estructura dinámica, capacidad de almacenar energía, papel en la vida— están insinuadas en su pensamiento. Tales vio antes que nadie que el agua no era un recurso, sino una condición. No un objeto, sino un fundamento.

1. El agua como base de la vida: confirmación biológica moderna

Cuando Tales afirma que "todo es agua", está diciendo, en términos modernos, que la vida está estructurada por la presencia del agua. Hoy sabemos que:

  • el cuerpo humano es entre 60% y 75% agua,

  • las células son sistemas acuosos organizados,

  • la bioquímica se produce en solución,

  • la hidratación determina la forma de proteínas y membranas,

  • la vida no puede existir sin agua en fase líquida.

La biología moderna, desde la biología molecular hasta la fisiología, confirma la observación de Tales: la vida se expresa a través del agua. Cada molécula orgánica requiere una capa de hidratación. Cada proceso metabólico depende del agua como disolvente y mediadora energética. Sin el agua, no habría ADN estable, ni proteínas funcionales, ni membranas celulares. Tales no podía saber eso, pero su intuición era correcta: la vida es el arte de organizar el agua.

Este hecho es tan universal que en astrobiología —disciplina especializada en buscar vida fuera de la Tierra— el primer criterio para determinar habitabilidad es claro: sigue el agua.

Tales, sin telescopios ni espectrómetros, ya había intuido el principio.

2. El agua como reguladora del clima: intuición anticipada del equilibrio térmico

Tales vivía rodeado por el mar y observaba, como cualquier habitante de Mileto, el comportamiento del clima. No tenía modelos computacionales, pero sí la sensibilidad para advertir que el agua, más que cualquier otro elemento, moderaba el calor y el frío, estabilizaba las estaciones, suavizaba los cambios.

Hoy sabemos que:

  • los océanos almacenan el 93% del exceso de calor global,

  • la evaporación del agua redistribuye energía a escala planetaria,

  • las corrientes oceánicas regulan climas regionales,

  • la humedad del aire afecta radiación, nubosidad y precipitación.

La capacidad del agua para absorber, almacenar y liberar calor lentamente está en el corazón mismo de la estabilidad climática del planeta. Es la razón por la cual la Tierra no oscila térmicamente como Marte o la Luna. Tales, sin saberlo, reconoció la propiedad termodinámica esencial del agua: su calor específico excepcional.

Tales no hablaba de "equilibrio radiativo" ni de "inercia térmica", pero entendió que el agua sostiene la armonía del mundo. Esa idea está en el núcleo de su filosofía.

3. El agua como estructura dinámica: ecos de la hidrodinámica moderna

Cuando Tales elige el agua como arjé, no está pensando en un elemento rígido, sino en un elemento en perpetuo movimiento. Para él, el agua explica el cambio, el devenir, la transformación. Su cosmología es fluidodinámica.

Siglos después, la ciencia moderna descubriría:

  • la complejidad irreductible de los remolinos,

  • la autoorganización de torbellinos,

  • la turbulencia como principio,

  • los patrones fractales en ríos, nubes y corrientes,

  • el papel de los flujos en sistemas no lineales.

Hoy sabemos que el comportamiento del agua está en el centro de la teoría del caos, de la física de fluidos y de la ciencia de sistemas complejos. Su dinamismo inspira modelos contemporáneos de:

  • clima,

  • ecosistemas,

  • circulación oceánica,

  • redes energéticas,

  • crecimiento de formas vivas.

Tales, al ver en el agua el principio de movimiento, captó que la estructura profunda del mundo no es el orden rígido, sino el flujo. El universo no es un sólido: es un río.

4. El agua como origen del planeta: intuición cosmológica

Aunque Tales no tenía astronomía moderna, su idea de que el agua está en el origen de la Tierra es sorprendentemente coherente con teorías contemporáneas del agua primigenia. Hoy se sabe que:

  • la Tierra primitiva estuvo cubierta por océanos vastísimos,

  • los cometas y asteroides ricos en agua contribuyeron al suministro hídrico,

  • el agua participó en procesos de diferenciación y formación de la corteza,

  • los océanos fueron el escenario del surgimiento de la vida.

Tales imaginó que la Tierra emergió del agua. Los geólogos modernos describen un proceso muy similar: la corteza sólida emergió de un océano magmático y de océanos líquidos primitivos. Sus palabras, lejos de ser ingenuas, contienen un eco profundo de un proceso real que la ciencia tardaría miles de años en comprender.

5. La intuición total: el agua como unidad entre cosmos, vida y espíritu

Lo más asombroso de Tales no es un detalle aislado, sino la totalidad de su visión. Para él, el agua unifica:

  • la vida (biología),

  • el clima (geofísica),

  • la forma del planeta (geología),

  • el cambio (dinámica),

  • la metafísica (arjé),

  • la energía (movimiento),

  • lo espiritual (lo vivo en todo).

Ese nivel de síntesis es excepcional. Y es precisamente lo que hace que su pensamiento siga vivo: no fue una descripción fragmentada, sino una visión unificadora del cosmos.

En un mundo donde la ciencia, la filosofía y la espiritualidad estaban mezclándose por primera vez, Tales eligió al agua como puente entre todas ellas. Y esa elección sigue siendo asombrosamente moderna.

VII. Metafísica del agua: arjé como materia y como espíritu

Tales no fue solamente el primer científico de Occidente. Fue también, sin desearlo o sin declararlo, el primer metafísico del agua. Su propuesta de que todo proviene del agua no es sólo una explicación cosmológica: es una declaración acerca de la naturaleza última de la realidad. En Mileto nace una intuición que cruzaría siglos: que lo material y lo espiritual no están separados, sino unidos por un mismo principio fluido.

Hoy, cuando miramos la ciencia contemporánea, encontramos ecos de esa visión. La física cuántica describe un mundo de relaciones dinámicas más que de sustancias fijas. La biología reconoce que la vida depende de redes de interacción continua. La filosofía de la mente debate si la conciencia emerge de patrones materiales o si es un aspecto fundamental del cosmos. En ese cruce interdisciplinario, la figura de Tales emerge como un precursor extraordinario. No tenía los conceptos modernos, pero sí una visión integradora que veía en el agua una clave universal.

Para Tales, el agua tenía —simultáneamente— un carácter material y otro espiritual. No porque el agua fuera divina por sí misma, sino porque encarnaba la continuidad entre la naturaleza y lo sagrado. Era materia en movimiento, pero también símbolo de origen, purificación y vida. El agua permitía pensar lo visible y lo invisible en una misma metáfora profunda.

1. El agua como arjé material: la sustancia que sostiene lo real

En su dimensión material, el arjé representa aquello de lo cual están hechas las cosas. Tales observa la humedad en todas las formas vivas, el rol del agua en el crecimiento de los alimentos, la fertilidad de las tierras anegadas, la presencia constante del mar rodeando las costas. De esa experiencia empírica surge una idea: el agua no es un ingrediente más, sino la base silenciosa que sostiene toda manifestación del mundo.

Hoy podemos leer esa intuición a la luz de la ciencia moderna:

  • La materia viva necesita agua en proporciones inmensas.

  • La estructura de proteínas y membranas depende del agua como mediadora.

  • La fuerza del clima, la formación de nubes y la erosión geológica son expresiones de la dinámica acuosa.

  • El estado líquido del agua permite un rango de temperaturas únicas en el universo conocido.

En la física contemporánea, "sustancia primordial" no significa algo fijo, sino una matriz de interacciones. Y eso es precisamente lo que el agua es: una matriz universal que permite el cambio, la energía y la vida.

Cuando Tales dice que "el agua es el principio de las cosas", está diciendo, en idioma presocrático, que la realidad se teje desde una sustancia dinámica que contiene posibilidades infinitas. Esa idea es extrañamente contemporánea: la física de campos habla de un "vacío" lleno de energía; la biología habla de redes acuosas que permiten la emergencia de la vida. Tales no tenía ecuaciones, pero su mirada se orientaba hacia lo esencial.

2. El agua como arjé espiritual: la continuidad entre vida, alma y cosmos

La dimensión espiritual del arjé surge de otro gesto intelectual. Tales sostiene que "todo está lleno de dioses". Esta afirmación, lejos de ser religiosa en el sentido moderno, expresa que la realidad misma tiene animación, que hay un principio vital en lo existente. Para expresar esa vitalidad, Tales elige el agua.

¿Por qué? Porque el agua es movimiento, cambio, fertilidad, renovación. El agua corre, fluye, se infiltra, desaparece, regresa. El agua es la metáfora perfecta de un cosmos vivo. Si la materia está animada, el agua es su símbolo más claro.

Ese pensamiento anticipa grandes tradiciones espirituales posteriores:

  • En Oriente, el Tao se describe como un flujo hídrico que todo lo atraviesa.

  • En la Biblia, el "espíritu de Dios" se mueve sobre las aguas primordiales.

  • En el hinduismo, el agua purifica y restaura.

  • En los fieles de Grecia, las ninfas y potencias del agua representan fuerzas vivas del cosmos.

Tales no lo sabía, pero estaba tocando una idea universal: el agua conecta lo humano con lo divino. No como dogma, sino como estructura profunda del simbolismo humano. El agua permite pensar la continuidad entre el cuerpo y el alma, entre lo material y lo trascendente.

3. Arjé como interfaz: el agua entre materia, energía y conciencia

El pensamiento moderno discute intensamente cómo se relacionan la materia y la mente. ¿Es la mente una propiedad emergente? ¿Es un epifenómeno? ¿Es un aspecto fundamental del cosmos? En esa discusión, la idea de Tales toma un sentido inesperado: si el agua está en la base de lo vivo y si la vida sostiene la conciencia, entonces el agua podría ser vista como un puente entre ambos dominios.

En los últimos años han aparecido teorías biomoleculares y fisicoquímicas que —sin afirmar algo mágico ni pseudocientífico— reconocen el rol del agua en:

  • la coherencia cuántica de algunos procesos biológicos,

  • la organización de redes proteicas que sostienen el pensamiento,

  • la estabilidad bioeléctrica de las neuronas,

  • el transporte de iones que permite la comunicación sináptica.

Si la conciencia exige coherencia fisiológica, y esa coherencia depende del agua, entonces el agua tiene un rol más profundo que el de simple disolvente: es condición de posibilidad de la mente.

Ese tipo de vínculo era impensable en tiempos de Tales, pero su intuición metafísica parece captarlo: lo que mueve la vida también mueve el pensamiento. Lo que anima el cosmos anima también el espíritu. En esa línea, el arjé no es materia ni alma: es la unión entre ambas.

Hoy podríamos decirlo así: el agua es el lugar donde la materia se vuelve capaz de organizar la información, y donde la información se vuelve capaz de producir significado.

4. La visión unificadora: un cosmos líquido como metáfora total

La mayor modernidad de Tales no es técnica sino filosófica. Su concepción del agua como arjé sugiere que el cosmos es un sistema de relaciones fluidas, no una colección de objetos aislados. Esta visión fluida anticipa:

  • la ecología, que estudia ciclos y flujos;

  • la termodinámica, que describe el intercambio energético;

  • la biología, que depende de soluciones acuosas;

  • la filosofía contemporánea, que ve lo real como redes dinámicas.

El arjé no es un elemento físico: es una metáfora estructural. Y la metáfora fluida es la metáfora más poderosa del universo: todo cambia, todo se transforma, todo fluye. Heráclito lo llevaría más lejos. Pero fue Tales quien vio primero que la realidad habla con el lenguaje del agua.

VIII. El legado de Tales en la ciencia contemporánea

El pensamiento de Tales suele presentarse como una curiosidad histórica: el primer filósofo que intentó explicar el mundo sin recurrir a mitos. Pero esa lectura es incompleta. Su intuición de que el agua es el arjé —el principio de todas las cosas— no fue un error ingenuo de la antigüedad, sino el primer paso hacia una comprensión moderna del universo como sistema dinámico, fluido, interconectado. La ciencia actual no confirma que el agua sea el componente único del cosmos, pero sí confirma algo esencial que Tales anticipó: que la realidad profunda se construye a partir de procesos continuos, no de sustancias rígidas, y que el agua, en su estructura y comportamiento, es una metáfora privilegiada para comprender esa continuidad.

En la física contemporánea, la noción de "materia fundamental" ha cambiado radicalmente. Ya no se piensa en bloques sólidos, sino en campos cuánticos que vibran, se transforman y se relacionan. Incluso las partículas "sólidas" son excitaciones de campos invisibles, ondas localizadas, movimientos más que objetos. En este sentido, la idea de Tales de que todo proviene de una sustancia dinámica se acerca más al espíritu de la física moderna que a la materia sólida del mecanicismo del siglo XVII. No es que el agua sea literalmente el origen de todo, sino que el universo se comporta más como un flujo que como un edificio estático.

Y cuando miramos la biología, la intuición de Tales adquiere una profundidad sorprendente. El agua no es un simple ingrediente del organismo vivo, sino la condición que permite su existencia. La estructura tridimensional de las proteínas depende del agua; la actividad enzimática necesita un entorno acuoso; las membranas celulares solo funcionan porque existe un medio líquido que regula iones y cargas; los procesos vitales más fundamentales, desde la fotosíntesis hasta la respiración, ocurren en redes acuáticas de energía. Si retiráramos el agua, no quedaría vida: quedaría materia inerte sin metabolismo, sin forma y sin coherencia.

De hecho, una de las líneas más avanzadas de la biología moderna, la de la dinámica proteica y la organización molecular, reconoce que la vida es inseparable del comportamiento del agua a nanoescala. Las capas de hidratación alrededor de las biomoléculas determinan cómo estas se pliegan, cómo interactúan y cómo se transforman. La frontera entre la molécula de agua y la molécula orgánica no es un borde rígido, sino una interfaz vibrante. En ese sentido, el agua funciona como un "coordinador universal" de lo vivo, algo que Tales habría entendido intuitivamente al observar la humedad como señal de vitalidad.

En neurociencia, el legado de Tales es aún más sugerente. La idea de que lo vivo está animado no suena lejana cuando se estudian fenómenos como la coherencia neuronal, los patrones eléctricos del cerebro o la transmisión sináptica en medios acuosos. La señal eléctrica en el axón depende de corrientes iónicas que solo son posibles gracias a la estructura molecular del agua. La estabilidad del potencial de membrana depende del delicado equilibrio entre iones hidrofílicos y lipídicos. Incluso la comunicación neuronal podría incluir efectos vibracionales en el agua intracelular, un campo aún poco explorado, pero que abre puertas a comprender la mente más allá del mero voltaje.

Así, la frase de Tales de que "todo está lleno de dioses" puede reinterpretarse hoy desde una perspectiva secular, pero no menos profunda: la vida está llena de dinamismo, de procesos que exceden la simple mecánica de partículas y requieren un medio capaz de sostener orden, energía y coherencia. El agua —ese medio— se convierte en el puente entre lo físico y lo biológico, entre la materia y la información.

Por otra parte, la geología y la climatología modernas confirman otro aspecto de la intuición milesia: que el agua estructura el planeta. La circulación oceánica regula el clima; el agua en la atmósfera distribuye energía; los glaciares modelan continentes; los ríos tallan valles; la humedad determina los ecosistemas. Visto así, la Tierra no es solo un planeta con agua: es un planeta de agua, cuyo sistema climático y biológico depende esencialmente del comportamiento de esta sustancia.

Incluso la química planetaria moderna, que estudia exoplanetas y mundos lejanos, usa la presencia o ausencia de agua como criterio fundamental para evaluar la habitabilidad. Desde Marte hasta Europa y Encélado, la pregunta clave es siempre la misma: ¿hay agua líquida? Tales no sabía de astronomía más allá de su observación directa del cielo, pero su intuición conecta con esta evidencia profunda: donde hay agua, puede haber vida. Donde no la hay, el universo permanece silencioso.

En la frontera entre ciencia y filosofía, el legado de Tales aparece también en el debate sobre la emergencia, la continuidad y la unidad del ser. Su arjé fue la primera gran hipótesis unificadora: una afirmación de que la realidad, pese a su diversidad, tiene una raíz común. Hoy, los científicos buscan teorías unificadas del campo, teorías del origen de la vida, teorías de la mente. Todas esas búsquedas comparten la nostalgia milesia: la búsqueda de un principio que explique la coherencia del mundo. Y aunque ese principio ya no se formula literalmente como "agua", sí conserva el carácter fluido, dinámico y unificador que Tales atribuyó al arjé.

La ciencia moderna, lejos de negar a Tales, lo reinterpreta. Su visión no fue fallida, sino simbólicamente exacta: eligió el agua como representación de aquello que da forma, vida y coherencia al universo. Lo profundo no era el elemento, sino la intuición: la realidad fluye. La vida fluye. El pensamiento fluye. En esa continuidad, la ciencia contemporánea y la sabiduría presocrática se encuentran.

El legado de Tales es, entonces, doble. Por un lado, inaugura la investigación racional del mundo, independiente del mito. Por otro, ofrece una metáfora cósmica que sigue viva: todo proviene del flujo. Desde las mareas hasta los átomos, desde la célula hasta la conciencia, desde los océanos hasta las galaxias, el universo no es un conjunto de cosas, sino un conjunto de movimientos. Esa visión, que nació en las costas de Mileto, sigue determinando la forma en que los humanos buscamos comprender el misterio de nuestra existencia.

La corriente invisible: el agua como símbolo y metáfora universal del origen

Si la ciencia persigue mecanismos y la filosofía persigue fundamentos, el símbolo persigue sentido. Y el agua, desde las primeras civilizaciones hasta la física contemporánea, ha sido la metáfora más poderosa para expresar aquello que no puede atraparse del todo en conceptos: la continuidad, el nacimiento, la transformación, lo que une lo visible con lo invisible.

En el pensamiento de Tales, el agua no era simplemente un elemento material. Era el perfil inteligible del misterio. Un principio lo bastante concreto para observarse y lo bastante profundo para sostener una intuición metafísica: que la realidad no es un mosaico fragmentado, sino un flujo que se transforma sin perder su esencia. Tales mira el mundo y reconoce que todo lo que vive está ligado al movimiento del agua: germina con ella, se nutre de ella, muere sin ella. Esa evidencia física se convierte en una clave filosófica: el agua no solo hace posible la vida, sino que simboliza la propia forma del ser, aquello que permanece en medio del cambio.

Con el paso de los siglos, ese simbolismo no desapareció. En la tradición hebrea, el espíritu de Dios "se movía sobre las aguas" antes de la creación; en la India védica, el océano primordial ap es la matriz del cosmos; en China, el Dao se compara con el agua porque nada se le resiste, pero tampoco hiere; en la filosofía hermética, el agua es el disolvente universal, el medio en que todo se transforma. No es coincidencia: el agua es el único elemento que reúne los tres estados de la materia ante los ojos humanos, la única sustancia capaz de unir lo sólido, lo líquido y lo gaseoso en un mismo continuo perceptible. No sorprende que haya sido adoptada como imagen del espíritu, del alma, de la transformación interior.

En la ciencia moderna, aunque la metáfora se viste con datos, el asombro permanece. El agua es el mediador universal de la vida, el regulador térmico del planeta, el sostén de la atmósfera, el escenario de la evolución biológica y el arquitecto silencioso del paisaje. Su comportamiento desafía modelos clásicos y abre preguntas sobre propiedades emergentes, coherencia cuántica y organización molecular. El agua, incluso estudiada con rigurosidad, conserva algo de enigma: no se deja reducir del todo, siempre guarda una sorpresa. En cierto sentido, la ciencia contemporánea ha devuelto a la metáfora milesia su dignidad: no porque el agua sea literalmente el origen del cosmos, sino porque es el mejor símbolo de un origen que aún no comprendemos.

Pero el agua no solo simboliza una raíz metafísica. También es espejo del ser humano. En ella vemos reflejada la transparencia, la profundidad, la turbulencia y la calma. Es imagen de la psique: tiene superficie y tiene abismo. Revela lo que oculta. Puede ser espejo fiel o superficie deformante. Alberga memoria geológica y memoria emocional. Cuando Tales afirmó que el agua es el principio de todo, quizá estaba captando algo que hoy resulta evidente: que la existencia humana está tejida de fluidos, que la vida es intercambio, que nuestra identidad no es rígida sino móvil, que somos más río que roca.

Por eso, el arjé como agua no solo pertenece al pasado: sigue siendo una herramienta para pensar el presente. En un mundo marcado por la crisis ambiental, el agua aparece como frontera moral y espejo ético. Su escasez revela desigualdades; su contaminación refleja negligencias; su gestión exige visión y responsabilidad. En ese sentido, el arjé milesio es un llamado contemporáneo: comprender que la cohesión del mundo depende de aquello que fluye entre todos, de aquello que no pertenece a nadie porque pertenece a todos.

El símbolo cumple entonces una función doble: ilumina la memoria del origen y señala el camino hacia el porvenir. El agua es comienzo y advertencia, sustancia y metáfora, materia y espíritu. Nos recuerda que el ser no está hecho de bloques separados, sino de un continuo que respira, circula y se transforma.

En esta corriente simbólica, Tales no es solo un filósofo antiguo. Es un visionario cuya intuición, lejos de apagarse, se amplifica en cada descubrimiento sobre la vida, en cada reflexión sobre la conciencia, en cada debate sobre el clima y la ética planetaria. El agua sigue siendo un espejo del origen porque sigue siendo un espejo de nosotros mismos.

Y tal vez, en última instancia, esta sea la enseñanza más duradera del arjé milesio: que todo lo real, desde las galaxias hasta una lágrima, es expresión de una misma corriente invisible, un flujo que atraviesa la materia y el espíritu, que sostiene el cosmos y también al corazón humano. Tales eligió el agua para decirlo porque no había mejor símbolo. Y aún hoy, después de milenios de ciencia y filosofía, seguimos regresando a ella para entender lo que somos: efímeros en la forma, eternos en el fluir.

XI. El agua como revelación: cierre filosófico y poético

Hay ideas que envejecen y quedan como curiosidades de museo, y hay intuiciones que permanecen porque tocan un nervio esencial de la experiencia humana. La afirmación de Tales —que el agua es el principio de todas las cosas— pertenece a esta segunda categoría. No se sostiene como teoría física literal, pero perdura como visión del mundo, como símbolo estructurador, como gesto intelectual que inaugura la aventura del pensamiento occidental. Al final de este recorrido, lo que emerge no es un error ingenuo de la antigüedad, sino una verdad más honda: el agua es el espejo donde el ser se reconoce.

Cuando Tales mira el mundo y dice "todo es agua", está diciendo mucho más que una descripción material. Está diciendo que todo es transformación, continuidad y flujo. Que lo que parece sólido es apenas una forma momentánea del movimiento. Que la diversidad de seres y fenómenos puede remitirnos, si observamos con atención, a un tejido común que los sostiene y los trasciende. Esa intuición, tan antigua como radical, resuena hoy en disciplinas que Tales jamás imaginó: en la física cuántica, donde las partículas son excitaciones de campos; en la biología, donde la vida emerge de redes líquidas de energía y organización; en la cosmología, donde el universo entero se concibe como un proceso en expansión.

El agua, en su comportamiento natural, encarna esta continuidad. Se adapta, pero no se quiebra. Se eleva en vapor y desciende en lluvia. Forma ríos, océanos y glaciares; construye vida y la disuelve; borra y crea. Es la sustancia que mejor muestra que permanecer no es quedarse inmóvil, sino seguir fluyendo sin perder identidad. Quizá por eso el agua ha sido a la vez símbolo de origen y de retorno, de nacimiento y de purificación, de fertilidad y de juicio. Nacemos rodeados de agua, vivimos dependiendo de ella y morimos devolviéndosela al ciclo que no termina.

Tales tuvo la audacia de llevar esta experiencia elemental a la categoría de principio filosófico. Donde otros veían un recurso, él vio un fundamento. Donde otros veían un paisaje, él vio una estructura. Donde otros veían un dios del mar, él vio una ley del ser. Convertir el agua en arjé fue transformar el mundo en algo inteligible: un cosmos regido por la coherencia, no por el capricho. Y, sin embargo, esa inteligibilidad no eliminó el misterio; simplemente lo desplazó. El misterio dejó de residir en historias exteriores y pasó a habitar la materia misma, en su capacidad de organizar vida, movimiento y conciencia.

Vista desde nuestra época, la frase de Tales adquiere un nuevo relieve. Sabemos que no todo es agua, pero también sabemos que sin el agua, casi nada de lo que conocemos podría existir: ni nuestra biología, ni nuestro clima, ni nuestras ciudades, ni nuestra memoria cultural. El agua sostiene el teatro completo donde transcurre la historia humana. Nos conecta con el pasado geológico de la Tierra y con un futuro incierto donde su distribución definirá la dignidad de la vida para millones de personas. En ese sentido, el arjé milesio se convierte hoy en una interpelación ética: si el agua es principio, no puede ser solo mercancía. Es también límite, responsabilidad y promesa.

Hay, además, una dimensión más íntima. Nuestra sangre, nuestro llanto, nuestro sudor, nuestros océanos internos son agua que recuerda el mar. Cada emoción intensa convoca metáforas líquidas: desbordarse, ahogarse, flotar, hundirse, aclarar. Pensar, sentir, recordar: todo ocurre en un cuerpo donde el agua organiza cada célula. La mente que reflexiona sobre Tales está siendo sostenida, en este mismo instante, por millones de pequeños océanos celulares en equilibrio delicado. Cuando decimos que "somos en gran parte agua", solemos pensarlo como dato fisiológico; pero es también una afirmación metafísica: somos la misma sustancia que riega la Tierra y circula por las nubes, reorganizada durante un instante en forma de conciencia.

Tal vez por eso la intuición de Mileto sigue vibrando. Porque nos recuerda que no somos entes aislados, sino pliegues temporales de un mismo flujo universal. El agua que nos habita ha sido lluvia, mar, río, lágrima, hielo, vapor. Ha estado en otros cuerpos, en otras formas de vida, en otros paisajes. Nos atraviesa y nos excede. Pensar el agua como arjé es reconocer que la identidad no es una muralla, sino una forma pasajera del movimiento del mundo.

En el horizonte espiritual, esta visión abre una posibilidad: que lo sagrado no se encuentre fuera de la naturaleza, sino latiendo dentro de ella. Que la trascendencia no consista en escapar del flujo, sino en despertar dentro de él. Que el milagro no sea la excepción, sino la continuidad: la certeza de que, desde una gota hasta una galaxia, el universo despliega una misma lógica de transformación. Tales, sin renunciar al asombro, quiso pensar ese milagro con rigor. Su lenguaje fue el del agua.

Al cerrar este episodio, podemos decir que el agua, para Tales, no fue solo un principio del mundo físico, sino una revelación: la revelación de que el ser no es rígido, sino móvil; de que la vida no es un añadido, sino una consecuencia natural de ciertas formas de organización; de que la mente no es un cuerpo extraño, sino una forma extrema de coherencia de la materia. Todo eso estaba en germen en una frase sencilla nacida en un puerto del Asia Menor.

Hoy, cuando la humanidad se enfrenta al desafío de cuidar la casa común, el pensamiento de Tales adquiere una resonancia inesperada. Reconocer al agua como principio es reconocer que nuestra supervivencia, nuestra justicia, nuestra paz dependen de cómo tratemos aquello que nos hace posibles. Cuidar el agua es, en cierto modo, cuidar el arjé, proteger la corriente que nos precede y nos sobrevivirá.

Quizá por eso, después de recorrer siglos de ciencia, filosofía y poesía, uno de los enunciados más antiguos sigue teniendo fuerza para estremecernos:
todo lo que vive, piensa y sueña es, en última instancia, agua en estado de revelación.

📚 Bibliografía 

  1. Kirk, G. S.; Raven, J. E.; Schofield, M.
    Los filósofos presocráticos.
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    Early Greek Philosophy.
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  3. Guthrie, W. K. C.
    A History of Greek Philosophy. Vol. I: The Earlier Presocratics and the Pythagoreans.
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    The Presocratic Philosophers.
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  5. Kahn, Charles H.
    Anaximander and the Origins of Greek Cosmology.
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  8. Sambursky, Samuel.
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  9. Coxon, A. H.
    The Fragments of Parmenides.
    Las referencias comparativas incluyen análisis sobresalientes sobre Tales y el arjé.
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  10. Waterfield, Robin.
    The First Philosophers: The Presocratics and the Sophists.
    Oxford University Press, 2009.

🌐 Enlaces externos 

  1. Internet Encyclopedia of Philosophy – "Thales"

  2. BBC – Philosophy Guide: The Presocratics

  3. Khan Academy – Introducción a los filósofos griegos

  4. MIT OpenCourseWare – Lectures on Ancient Philosophy

  5. Harvard Center for Hellenic Studies – Material sobre presocráticos

  6. UNESCO – Herencia filosófica del Mediterráneo